Hay una maravillosa historia que Cervantes legó a la posteridad. "El Quijote de la Mancha", fenomenal llamado a la conciencia universal del hombre. En ella presenta al hombre limpio, honesto, soñador, a veces algo loco, sin desmerecer en nada dicha locura que en la realidad de la vida era la más clara y cuerda de las actitudes del hombre que persigue un ideal, con su armadura impecable y su postura erguida se lanza a la consecución de sus ideales, blandiendo su honor a través de sus luchas con esos monstruos llamados indolencia, mediocridad, pereza, frustración y que han sido llamados por la pluma de Cervantes "Molinos de viento". En fin, el hombre de las luchas, de la inquebrantable voluntad siempre estuvo acompañado del fiel y dócil Sancho, hombrecillo de actitud temerosa ante el mundo, que no veía más que los sórdidos molinos que confrontaba el Quijote. Ese pobre hombre, cundido de pánico por no saber hacia dónde ir, ni qué hacer con la vida, que rezongaba a cada orden del Hidalgo Caballero pero que luego a regañadientes iba hacia allá, hacia acá, hacia el lado que lo lleve el viento y la "locura" del Quijote. Sin embargo, así marcharon juntos, uno en busca de sus sueños con su infatigable caminar y su poderosa convicción, el otro, encerrado en su propia ineptitud y poca visión. Son extraordinarias enseñanzas que nos invitan a la reflexión de un mundo que está lleno de Sanchos pero que busca desesperadamente, los Quijotes, muy escasos en nuestro tiempo.
Andrés Avendaño
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